Todos los conejos siempre fueron felices con su tamaño, con su agilidad y la posibilidad para poder esconderse de las grandes criaturas del bosque, pero no todos exactamente porque uno se encontraba muy angustiado y nada podía hacer para quitarse de encima tanta depresión.
El ave lo quiso ayudar y le preguntó por qué razón se encontraba sufriendo tanto y el conejito le explicó sobre la tristeza que le causaba ser tan pequeño. Su amiga le dijo que vaya a la cima de la montaña para hablar con el Dios que allí se encontraba, ya que era el único que podía ayudarlo y no dudó el conejo en ir a su presencia. Lo que menos esperó el conejito es que cuando llegaría, el Dios iba a estar durmiendo, por ello es que le llamó hasta despertarle y entonces poder contarle su problema.
Ahí se encontraba el Dios hablando con un pequeño conejito, el cual le pedía que lo convirtiera en un animal grande como todos los que habitan el bosque. El Dios aceptó si es que traía a cambio una piel de cocodrilo, de serpiente y de mono. El conejo a las pocas horas ya tenía consigo las pieles, seguramente querrán saber cómo las consiguió, resulta que sus amigos del bosque se las quitaron para prestárselas y que las pueda presentar al Dios para que lo ayude en su petición.
Tan sorprendido estaba el Dios de que haya conseguido todo que decidió ayudarlo, le dijo que a causa de su valentía, su amistad y su humildad, él le regalaría las orejas largas y caídas que lo iban a ayudar a que pueda escuchar a mucha distancia a sus enemigos, su cuerpo seguiría siendo pequeño, pero ningún animal del bosque lo podría agarrar desprevenido ahora que sus orejas lo podían escuchar todo. El conejo se sintió satisfecho porque no necesitaba ser grande para poder escaparse rápidamente de los demás.
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